Libertad digital
5-VIII-2010
El fracaso del feminismo socialista
EDITORIAL
Las organizaciones feministas radicales podrán buscar las excusas que quieran, pero la realidad ha desmentido sus presupuestos ideológicos. El socialismo no sólo fracasa en la economía; legislar olvidando al individuo siempre será un error.
La ley integral contra la violencia de género fue aprobada merced a un gran consenso político y judicial. Ahora que tanto se critica al Tribunal Constitucional por su infame sentencia sobre el Estatuto, no está de más recordar que ese mismo órgano dictaminó que considerar los mismos hechos como delito o falta dependiendo del sexo del culpable no chocaba con el artículo 14 de nuestra carta magna, ese que dice que todos somos iguales y no podemos ser discriminados por razón, entre otras cosas, de sexo. Aquel consenso iba a traernos la desaparición o, al menos, una gran reducción de la violencia doméstica. Sin embargo, las cifras de asesinatos no muestran ninguna tendencia a reducirse.
Aquella ley violaba obscenamente un principio sagrado que observa todo Estado de Derecho que merezca tal nombre: la igualdad ante la ley. Cabía esperar que, al menos, fuera efectiva en su propósito. Pero no. Sin embargo, no existe arrepentimiento ni mucho menos propósito de enmienda, porque quienes promulgaron la ley están seguros de tener razón al margen de lo que nos digan los hechos: están blindados ante la realidad por una ideología, en concreto la de genéro: el feminismo socialista.
El feminismo nació como un movimiento liberal, que buscaba equiparar a las mujeres en derechos y libertades; es decir, buscaba la igualdad ante la ley, acabar con la discriminación por razón de sexo. Pero una vez desapareció en los países occidentales esa desigualdad legal, el feminismo mutó y se convirtió en una más de las múltiples ideologías socialistas, que no buscan la defensa de los derechos de las mujeres como individuos, sino como colectivo. Así, el feminismo pasó de defender la igualdad ante la ley a patrocinar la igualdad mediante la ley: es decir, pretender que las mujeres en conjunto tengan unos resultados idénticos al de los hombres en conjunto, aunque eso suponga cometer numerosas injusticias con hombres y mujeres reales, de carne y hueso.
En las cloacas más radicales de este nuevo feminismo antiliberal, al no alcanzarse esa igualdad de resultados, derivó en la denigración del hombre y la exaltación de la mujer: la culpa de que no funcionaran sus recetas era el machismo, la agresividad y demás taras del hombre, que impedían que la mujer, netamente superior, alcanzara su sitio en la sociedad. Herencia de esta basura ideológica, que culpa al hombre no por sus propios actos, sino por ser hombre, es la ley de violencia de género. En ella se creó una jurisdicción especial, se consiguió que un hecho fuera considerado delito por el hecho de que lo cometiera el hombre y se aprobó que se pudieran aplicar todo tipo de medidas cautelares contra un hombre con sólo la palabra de la mujer, lo que ha llevado a muchas de ellas –no precisamente las destinatarias de la ley– a abusar de este prerrogativa denunciando falsamente a su pareja.
No cabe duda de que para muchos esas injusticias merecerían la pena si se lograra reducir esa lacra que es la violencia de género. Pero el caso es que no se ha conseguido, de modo que estamos globalmente peor que antes de la aprobación de la ley. La solución del feminismo radical, como siempre sucede con el socialismo al verse el fracaso de sus recetas, es la huida hacia delante. La última del ministerio de Aído ha sido culpar a los jueces por no activar suficientes pulseras para controlar a los maltratadores, lo que ha provocado la lógica respuesta de los magistrado, algo cansados ante tanta demagogia.
El Ministerio de Igualdad y las organizaciones feministas radicales podrán buscar las excusas que quieran, pero lo cierto es que la realidad ha desmentido sus presupuestos ideológicos. El socialismo no sólo fracasa en la economía; legislar olvidando al individuo siempre será un error. Ha llegado el momento de reformar o derogar la ley contra la violencia de género. Cada minuto que pase sólo supondrá la perpetuación de la injusticia y la desigualdad ante la ley.
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